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A lo largo de nuestra carrera profesional hemos tratado un sin fin de casos de distintas naturaleza. Pero nunca antes habíamos asesorado a un escritor para desarrollar la trama de una novela. Y así tuvimos el honor de contar con J. J. Fernández entre nuestros clientes, quien nos eligió para recibir nuestro asesoramiento jurídico necesario para su próxima novela.
J. J. Fernández es autor de un magnífico thriller sicológico titulado Una Muerte Imperfecta, publicado en enero de 2020. Es una novela que recomendamos, y que podéis comprar, entre otros lugares, en Amazon o en La Casa del Libro.
La policía confirma que fue una muerte natural.
Megan cree que fue un asesinato.
La verdad fue otra…
Megan no es feliz. Una menopausia prematura y un marido ausente se mezclan en una vida monótona. Con una maleta en la mano, una entrevista de trabajo y decidida a empezar una nueva vida, Megan recibe una fatídica noticia que dará un giro inesperado a su vida. Su tío Paddy ha sido encontrado muerto en su coche.
Megan se lanzará a una carrera contrarreloj para salvar la memoria de su familia y descubrir la verdad de la muerte de su tío. Una verdad que la arrastrará por un laberinto de tortuosas emociones donde llegará a poner en peligro su propia vida.
¿Será Megan la próxima víctima o es todo un producto de su imaginación?
Con un lenguaje moderno y muy británico, que puede chocar a algún lector, J. J. Fernández narra una historia singular con un final desequilibrante, pero muy original. En la novela no queda ningún cabo suelto, el lector podrá saber lo que ha sucedido pasando por encima de la información que Megan nos ha ido proporcionando desde su cabeza fragmentaria, donde las emociones juegan con lo racional. De marcado rasgo psicológico, el escritor valenciano ha sabido jugar con dos elementos: lo real y lo que creemos real que muchas veces no tienen nada que ver. Un buen debut de un escritor que se ha autopublicado su novela desde la brumosa capital británica.
(Javier Velasco Oliaga)
Una muerte imperfecta es la primera novela de J. J. Fernández y creo que es una buena carta de presentación para un escritor que se preocupa en todo momento de dar ritmo al texto sabiendo que tiene entre manos un thriller.
J. J. Fernández es todo un correcaminos y con una mezcla cultural brutal, de esas que dejan huella en los escritos a poco que uno le ponga intención.
El tío de Megan ha muerto de forma inesperada. Para la policía las causas son naturales. Para su sobrina no todo está claro. Hay los suficientes elementos de la vida privada de su tío fuera de lugar para sospechar que no todo es como parece. Además, la vida de la protagonista y voz de la novela, está patas arriba y un elemento curioso: se está preparando para correr una maratón. Existe otro elemento que prefiero no desvelar. Os lo encontraréis, como el que no quiere la cosa, y del que se correrá un tupido velo para volver a emerger con fuerza al final de la novela y, como os podéis imaginar, podría ser decisivo.
A partir de ese argumento un estira y afloja entre la protagonista y la policía. ¿Quién tendrá razón? Aunque ella tiene fuertes convicciones y por ello seguirá hasta el final para que no quede duda sobre la muerte de su pariente.
Os he hablado antes de ese otro elemento que no quiero desvelar, pero que el autor lo utiliza con solvencia para meternos de lleno en la lectura. Tenemos la sensación que nos hemos perdido algo. Tenemos la certeza que el autor sabe mucho más que nosotros y que nos oculta información. Eso nos crea desconcierto, pero a la vez ganas de seguir leyendo para ver a dónde nos llevan nuestras suposiciones. El autor consigue la implicación del lector en el caso.
Me ha gustado la teoría que sostiene una de las patas de la mesa de la novela: una fuerte emoción puede provocar un colapso tan grande que puede derivar la muerte de la persona. Nunca me había parado a pensar en ello y seguro que es una verdad como un templo. Pienso en aquellas parejas de personas mayores que llevan toda la vida juntos y que cuando una fallece al poco fallece la otra sin dar síntomas de estar muy mala.
En la parte de los peros, quizás Megan se haga demasiadas preguntas y puede llegar a aturdir al lector. Como decía, el lector podría tener facilidad por meterse de lleno en el caso y que Megan se haga tantas preguntas es como hacérselas al lector y, en mi caso, algunas las tenía más que pensadas. Por eso, en algunos momentos de la novela he tenido la sensación que el ritmo del thriller decaía un poco. Una posible solución hubiera sido cortar algunas de esas escenas; sobre todo recuerdo una en la que parecía una metralleta lanzando preguntas y que me ha puesto un poco nervioso.
Con todo, la novela se lee rápida llevado por esas ganas de saber el desenlace. Y como toda buena novela de suspense, tiene sorpresa. Creo que bien construida por parte del autor, cocinada a fuego lento para lograr la satisfacción final del lector.
Esta crítica fue publicada en Todo Literatura
“Una muerte imperfecta”, del escritor valenciano J. J. Fernández, es una novela que se mueve entre el thriller psicológico y el domestic noir. De clara influencia nórdica, el autor ha construido una sólida narración que se va complicando progresivamente hasta la resolución de la misteriosa muerte del tío de la protagonista Megan Evans.
J. J. Fernández ha ubicado la acción de su novela en una localidad cercana a Londres. El escenario de la obra lo conoce muy bien el autor porque lleva viviendo varios años en la capital británica como profesor de lenguas en un instituto de secundaria. También ha escogido con tino el encuadre temporal, una semana de enero de 2006, posterior al fatídico atentando terrorista que asoló el metro londinense en julio del 2005. Muy a propósito porque uno de los protagonistas estaba casado con una de las numerosas víctimas que perecieron en el atentado.
La novela está narrada en primera persona por Megan, de ahí que el autor nos lleve por donde estima oportuno para mantener la tensión de la narración. Si bien es verdad que nos oculta información, la propia narradora también la ha olvidada. Un traumático acontecimiento en su infancia hace que olvide todo lo relacionado con su tío Paddy, antiguo sacristán católico de una iglesia cercana a su domicilio. Decir Iglesia Católica en Inglaterra es decir pederastia, muchos han sido los casos denunciados en las islas británicas, pero… pocos los esclarecidos.
No vamos a desvelar los condicionamientos que llevará a la protagonista a la ¿posible? resolución del caso. Megan en una mujer frisando la cuarentena que comienza una menopausia precoz. El fallecimiento del tío Paddy trastoca su vida y la influencia negativamente. Desde el momento en que la policía la comunica la muerte de su tío, ve cosas raras que no la cuadran. Es extraño que su tío saliese por la noche conduciendo su viejo coche. Posteriormente, la policía de su localidad la comunica que el sacristán Paddy ha muerto de un ataque de asma, algo que no le chirría profundamente.
La trama transcurre vertiginosamente en ocho días. Desde el primer momento, Megan emprende una alocada investigación para conocer la verdadera razón de la muerte de su tío. En dicha investigación, nos encontramos con una persona llena de traumas, inestable y que, en ocasiones, da la sensación de estar desequilibrada. Inmersa en un proceso de separación con su marido a causa de unos celos, que no sabemos si son infundados o no, Megan se muestra caprichosa, pero sagaz en dicho proceso de investigación.
La policía no da crédito a sus sospechas por lo que intenta encontrar un sentido a esa muerte. Alguna prueba circunstancial, la cinta que encuentra en una caja de su padre, enfermo de Alzheimer en una residencia de ancianos, hace que se la abran nuevos caminos en dicha investigación. Deja a un lado su vida para dedicarse a correr y resolver el enigma que rodea a su tío.
En la novela, el diálogo interior de Megan juega un papel fundamental en el desarrollo de la novela. Sabremos de primera mano sus inquietudes, pero también sus miedos e inseguridades. Aun así se muestra, en ocasiones, lúcida y arriesgada en su decisiones. Megan nos va llevando por una trama donde aparecen varias analepsis o flash-back de la vida de sus padres, tío y hermana, que nos darán más información sobre lo ocurrido a Paddy.
Puedes escuchar una interesante entrevista al autor…
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En la antigua China corría una leyenda sobre la existencia de una campana misteriosa en un lejano templo budista. Se conocía como La Campana de La Verdad.
Un día se produjo un robo en uno de los palacios de la ciudad, sin dejarse rastro. Tras varias pesquisas fueron detenidos cinco hombres, de no muy buena fama en el lugar, y llevados ante el Juez. Pero no había prueba de cargo: no había testigos, no le encontraron los bienes sustraídos; y por supuesto los cinco se declararon inocentes de los hechos por lo que fueron acusados.
El Juez no podía condenar a ninguno de ello, no tenía pruebas, pero sentía una gran presión por el dueño del palacio que quería ver encarcelado a quien le había arrebatado sus preciosas pertenencias. Y entonces se acordó de la misteriosa campana. Había oído hablar de ella, pero era una leyenda. Solo una leyenda. Aún así, decidió someter el caso a su misterio.
Dijo: «Ante la gravedad de los hechos, mi convencimiento de que entre los acusados está el ladrón y la falta de prueba para condenar, he decidido someter la decisión a La Campana de La Verdad, que durante siglos ‑en ese momento le falló la voz por su poco convencimiento en tal afirmación- ha hecho justicia ante casos singulares, distinguiendo a quien dice la verdad de quien miente. Mañana a primera hora iremos al templo, pues está a un día de camino».
Los acusados fueron retirados, y el Juez dispuso lo necesario para el viaje al templo, ordenando a su ayudante que partiera esa misma tarde para preparar el templo según sus indicaciones.
Templo budista en el que se custodia La Campana de La Verdad
Antes de la primera luz del día, la comisión, los acusados y no pocos curiosos ya estaban de viaje hacia el templo budista. En el largo viaje ocurrieron algunas anécdotas que en otro momento contaré. Fueron recibidos por los monjes del templo, y por su ayudante. Ya caía el día, el sol se había puesto.
La campana se encontraba en la sala de los Reyes Celestiales, en un lugar con ya poca iluminación. El Juez y todos los presentes se reunieron en la antesala y dirigiéndose a los acusados, dijo: «Decís que sois inocentes, pero solo La Campana de La Verdad os podrá dar la razón. Deberéis entrar en la Sala de los Reyes Celestiales de uno en uno, de rodillas os acercaréis a la campana y pondréis vuestras manos sobre ella diciendo ‘soy inocente’. Si la campana guarda silencio, habréis dicho la verdad. Si la campana suena, habréis mentido».
A continuación, volvió a preguntar a los acusados: «¿insistís en vuestra inocencia?». Los cinco asintieron, y empezó la prueba definitiva. Se le dio orden al primero de ellos para que entrara en la penumbrosa sala. Hubo silencio y salió. Y así el segundo, el tercero, el cuarto y hasta el quinto. Los cinco se sometieron a La Campana de La Verdad y no se produjo ningún sonido. El rostro de los cinco era de de tranquilidad, pues por fin se veían en libertad.
«He de dictar sentencia conforme al resultado de esta prueba ‑manifestó solemnemente el Juez dirigiéndose a los acusados- y para ello enseñadme las palmas de vuestras manos». Los acusados, extrañados extendieron sus manos y tras unos instantes, señalando al que estaba en segundo lugar empezando por su izquierda, sentenció el Juez: «Tu has sido el ladrón, y eres condenados a la pena capital; y además, me has mentido».
Ante el asombro de todos los presentes, ya que la campana no había sonado en ningún caso, explicó: «Que la campana sepa distinguir la verdad de la mentira es una leyenda, que durante siglos ha convivido entre nosotros llegándose a tener por cierta, pero es solo una leyenda. Ayer dispuse que a nuestra llegada la campana estuviera tiznada, y la sala en penumbras. Los que entre vosotros tuvierais la conciencia limpia por no haber participado en el robo, obedecerías mi orden y pondrías las manos sobre la campana. El ladrón, creyendo que la campana le delataría, se abstendría de poner sus manos sobre ella, evitando así sin saberlo tiznarse sus manos. Y así ha resultado».
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